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a mañana lluviosa de otoño, el viento que furioso embiste con perseverancia contra los cristales de mi ventana, los álamos, ya harapientos (todo) trajo a mi mente el recuerdo de Malena; pero no la del tango, sino la de aquella amiga que hace ¡Tanto tiempo! no veo.
Malena era una mujer de mediana estatura, cabellos castaño claro, ojos color almendra que siempre miraban al cielo. Ella sostenía la idea; como solía contarme que había una escalera que conducía al cielo, en la cual existían descansos tapizados con suave vellón, para que cuando alguien se cansaba en el ascenso continúo; pudiera descansar y reflexionar al mismo tiempo.
Quiero aclararles que era muy realista y sabía que también había escaleras que descendían, laberintos, caminos, callejones; pero ella pensaba como el famoso psicólogo Enrique Pichon Revière que decía: “no existe el callejón, sin salida. Si se encuentra en uno de ellos debe salir por donde entró” y ella decía: “que cuando alguien caía en un pozo siempre lo sacaban por arriba”.
También pensaba que la escalera al cielo era la santidad, sin la cual nadie vería a Dios. Afirmaba esto con mucha vehemencia y me decía: “Eso lo dice Dios en su Palabra”
Siempre intuí en ella, un extraño halo de soledad. La conocí en una verdulería haciendo sus compras y yo las mías, a mí se me había caído mi sombrero y ella corrió a buscarlo sin importarle el viento y su monedero olvidado sobre un cajón de verdura, el que cuidé con mucho cuidado. Ese fue nuestro primer encuentro; el otro fue en una biblioteca del pueblo donde viví lo suficientemente como para que alguna tarde; tomáramos un té calentito, en alguna confitería con olor a roble antiguo, como la fragancia que impregna este recuerdo.
Cuando le pregunte a que se dedicaba con un tono tímido respondió que era una cazadora de imágenes; cosa que sonó muy rara a mis oídos, pero que al mirar sus ojos, tuve la certeza que era verdad. (No me pregunten porque) Me dijo que su esposo era un aprendiz de pintor de cuadros y que ella ya sea con su cámara de fotos o guardando las imágenes en sus ojos; lo ayudada a pintar, solo bastaba el hecho que él mirara sus ojos o las fotografías que ella tomaba; y así podía pintar. Sin ser una profesional; sino por el contrario una ama de casa ¡qué no es una cosa simple! En una de nuestras charlas me contó una experiencia preciosa, vivida en esto que ella llamaba “cazar imágenes deteniendo el tiempo”. Me contó esta historia con tanta alegría, ignorando que luego su vida pasaría por muchas angustias, traiciones, enfermedades, estafas y pérdidas. (Todo esto en un tiempo muy breve; pero que no lograron vencerla).
Ahora quiero compartir con ustedes esa historia que me contó con alegría.
Relató que una mañana de otoño; venía con sus pesadas bolsas de hacer compras y a unos pocos pasos de llegar a la esquina; la suave brisa introdujo en sus oídos como una fina brizna el sonido de los ejes crujientes de un carro. Ella cansada dejó sus bolsas en el piso y tomó un pequeño descanso… al instante vio aparecer un viejo carro tirado por un rocín, viejo pero no por viejo poco encantador, el carro de color azul, hoy diríamos patinado, en realidad estaba gastada por el tiempo, la lluvia y el sol.
Lo conducían dos ancianos, que pegaditos unos al otro apenas sostenían las riendas y por detrás los seguía un perro rengo, de pelaje marrón y blanco; de andar lento y cansino.
Sus ojos se fijaron en` esa estampa única e irrepetible, el charret con dos seres tan especiales. No solo por la paz que le transmitieron sino por la lentitud de su marcha en medio de un mundo que viajaba a una velocidad impresionante. Donde aviones supersónicos que atravesaban raudamente el cielo; a una velocidad de mil kilómetros por hora y de más también. Las compras en los hipermercados se hacían en patines (por los menos los repositores de las góndolas) o las mujeres que corrían a las altas pilas de las ofertas del día, del segundo, del minuto o de la hora.
Esa era una estampa digna de ser atrapada y pintada para dejarla grabada en el recuerdo; para que el hombre pudiera saber que un día hubo quietud, pausa, calma e intervalos en el mundo. Que esa imagen dejara ver que los árboles; como el arce, el palo de hierro, sentían la necesidad de dejar caer sus hojas amarillas, rojizas, marrones para acariciar el rostro de alguien, deslizarse sobre el lomo de un caballo o quedar sobre la lona de un carruaje. Malena se quedó quieta, sin medir el tiempo, simplemente quería atraparlos en sus ojos para que su esposo los estampara en un lienzo.
Los miró hasta que en esa tibia mañana de otoño se perdieron lentamente… calle abajo; dejando la suave marca que solo puede dejar un esfumino. Malena llegó a su casa; en silencio sirvió la mesa con una tierna sonrisa. Esteban, su esposo la miraba con los ojos llenos de amor y compasión y le decía: “¡mi vida! ya me voy a poner a pintar. No te preocupes y comé sé que temés llegar tarde; por la noche voy a contarte lo que hoy vi en una esquina. ¡Dale! Contame. No, respondió ella, por la noche ¡mi amor! , por la noche. Así comieron y se despidieron con la ternura de siempre.
Malena al marcharse Esteban, podía oír en su casa como en una caracola el sonido de su respiración que rebotaba en los silenciosos rincones de la pequeña casa.
Esa tarde pensó en esa imagen mientras realizaba las tareas de su casa, por la noche al llegar su esposo, cansado cenó y ella intentó contarle lo que había visto
ese día; pero fatigado por trajín se quedó dormido. Malena apagó la luz, cerró los ojos y durmió. (Sabía que a la mañana siguiente el no estaría a su lado). Así fue Esteban partió muy temprano para el trabajo y ella quedó dormida.
La despertó el antiguo reloj, abrió sus enormes ojos color almendra, se desperezó y salio a caminar por la hierba, pisando hojas amarillentas, marrones, rojizas, se sentó en una piedra junto al arroyo que serpenteaba y cantaba muy cerca de su casa; donde un nogal dejaba caer sus nueces como un gran cuentagotas. La cazadora de imágenes, mojaba sus pies en el agua cristalina que corría serenamente acariciando piedras de todos colores, formas y tamaños; mientras imaginaba los lienzos que su esposo pintaría; en tanto que un jilguero y un gorrión se disputaban unas migas de pan en el húmedo suelo. Luego de este precioso paseo, Malena regresó a su casa a esperar a su esposo.
Muchas mañanas se repitió esta escena.
Una tarde estaba ordenando fotos, eligiendo, paisajes, escenas para guardarlas en una caja de malaquita verde. La persianas de la casa estaban bajas (era el fin de la siesta, algo que para ella era muy importante; porque consideraba saludable dormir siesta y además aseguraba que de esa manera dividía mejor el tiempo)…En ese instante oyó un ruido en la vereda… era el crujido de los ejes de un carro; sosteniendo la caja con cuidado, la depositó sobre la mesa y se dispuso a escuchar con mucha atención.
No era normal, porque a su casa la visitaba muy pocas personas y menos a esa hora; con mucha cautela levantó la persiana y llena de alegría no podía creer lo que sus ojos veían, allí estaban ellos: el viejo rocín, el perro rengo blanco y marrón y el charret. Su corazón comenzó a palpitar muy rápidamente, sonreía, frotaba sus manos con ansiedad buscando las llaves, por fin las encontró y fue a recibirlos. Ellos entraron mansamente y ella los abrazó como se abraza a un gran amigo que durante un tiempo hemos anhelado encontrar. No le importó que la crines del rocín raspara su fina piel y el pelo del perro tuviera algo de espinillas.
No le importó. (Ella tenía visitas y habían decidido ser retratados por su esposo, solo tenía que atenderlos como se merecían)
Era la hora de la merienda y al perro le convidó unas galletas de anís que desde los dientes demoledores despidieron una fragancia que impregnó toda la casa. Al caballo lo invitó al parque y allí comió la tierna hierba, luego de pisar la menta que exhaló su esencia delicada por todo el parque. Malena se sentía feliz.
Cuando llegó su esposo, la miró a los ojos y sonriendo le dijo: ¡Mi amor tenés los ojos con muchas imágenes! A lo que ella murmuró… pero soy dichosa, no me cansan, solo me llenan de sueños. Ya voy a pintar aseguró Esteban. La cazadora de imágenes secó sus manos en el delantal y acarició el rostro de su esposo y lo besó en la frente, miró hacia el costado y les guiñó el ojo a sus cómplices; que ya tenían nombre, porque esa misma tarde los había llevado al arroyo y había sentido la enorme necesidad de llamarlos por el nombre. Al rocín lo llamó Blue y al perro Polo. Ellos estaban muy cómodos en el lugar…Esteban y Malena se fueron a dormir y los cómplices también.
El matrimonio ya no se veía; él cada día regresaba más tarde del trabajo porque había muchísima producción, solo se saludaban cuando él llegaba; pero a ella esto no la enojaba; al contrario tenía más tiempo para examinar imágenes y a agruparlas por color, por clase de paisajes: solitarios, poblados, coloridos, con árboles o totalmente desforestados; charlar con Blue y Polo, jugar en el arroyo y guardar imágenes en cajas de plata muy antigua y labradas o en las de su preferencia (las de madera tallada).
La casa era especial; porque estaba diseñada con elementos y formas antiguas y modernas. Desde una lámpara de 1889 a una del 1998, el ropero de los años cincuenta y un tocadiscos de los sesenta, por eso a ella no le molestaba que los pocos vecinos vieran el viejo carro atado en la puerta de su casa.
Malena pasaba mucho tiempo hablando de esto con Blue y Polo aunque ignoraba si a ellos les interesaba o entendían estos de guardar objetos antiguos; como lámparas o cajas de plata, madera o si comprendían su tarea de cazar imágenes para atrapar el tiempo. Quizás porque intuía que los dos ancianos que conducían el carro aquella mañana eran recicladores de cartón, lata, hierro, bronce, papel.
Muchas veces los acariciaba y les preguntaba por sus amos. Blue solía agachar su cabeza dejando caer su flequillo sobre sus ojos romboidales color turquesa, desde donde se deslizaba una lágrima y era en estos momentos que ella pensaba que sus amos no habían muerto, de ser así ellos estarían en la puerta del hospital o en otro sitio; entonces lo acariciaba y sentía el temblor del cuerpo del animal recibiendo esa caricia que borraba todo un tiempo de sufrimientos, duros trabajos bajo la lluvia, el sol y el viento. En cuanto a Polo la relación era más estrecha, a él le gustaba echarse junto a la vieja estufa de leña, jugar corriendo carreras ganándoles a las nubes en las siestas, Jugando a la rayuela, en las piedras del arroyo, donde Malena saltaba de la tierra al cielo y del cielo a la tierra; era un juego que le a ayudaba a mantener el equilibrio; porque muchas veces se olvidaba que estaba en la tierra; con tantas imágenes y tantos sueños y otras peligraba olvidarse del cielo.
Cierto día, Malena estaba haciendo las cosas de la casa con alegría y colocó en el viejo tocadiscos un disco larga duración con himnos evangélicos del cantante Nazareno Gary Moore; noto que Polo gemía y ella con una amplia sonrisa le dijo que apostaba que lo había escuchado en la puerta de algún templo y Polo movió su cola, ella bailaba y él la seguía por toda la casa.
En otra oportunidad, Blue estaba muy inquieto, iba al arroyo y volvía, salía al jardín y comenzaba a comer rosas y no hacía caso de los (no enfáticos de Malena) no discriminaba nada, le gustaban las rosas blancas, las matizadas, las amarillas, las rojas, pisaba las lavandas y cuando volvía del arroyo todo mojado ensuciaba la casa. Otra día lo encontró husmeando los libros y Malena con angustia le llamó la atención, cosa que parece haberle dolido mucho a ambos; habían aprendido a convivir, eran cómplices en la soledad, el abandono, las risas, los juegos; pero tenía que ponerles límites de lo contrario le iban a romper la casa.
Una mañana, Malena miraba por la ventana como se esfumaban unas nubes rosaditas como la piel de un bebe. De pronto oyó el ladrido alegre de Polo y unas corridas por el parque; se asomó por el ventanal que daba al arroyo… y ¡Oh sorpresa! En el parque pudo ver un gran círculo, como la pista de un circo. Saltó de la cama y salió a ver que ocurría, era Blue que con ramas, madreselvas, jazmines y ramas con nueces del antiguo nogal; se había hecho algo semejante a una pechera de circo y daba vueltas y vueltas elevando su cola como un plumero.
Malena lo miraba asombrada porque un rocín es un caballo tosco y de trabajo; pero a Blue eso no le importaba; el también tenía sueños y sabía que a Malena no le molestaba que ellos soñaran. Ella con serenidad se unió a ellos y por momentos vio que Blue recuperó parte de su juventud y Polo ya no cojeaba tanto. Totalmente convencida les dijo que los sueños son los que nos dan juventud y belleza.
Ya cansados de jugar se fueron al arroyo.
Por la tarde ella comenzó a pensar que Esteban tenía que plasmar a los cómplices en un lienzo; por la noche cuando llegó se lo dio a entender; pero éste se retiró a dormir sin siquiera hacer un bosquejo. Malena, muy triste y muy cansada hizo lo mismo.
Durante varios días se mantuvo en silencio, su andar era lento y su relación con Esteban era distante, ya casi ni se saludaban; él lo único que hacía era mirar los enormes ojos color almendra, tocarle la nariz con mucho amor y sonreírle; ella no podía distinguir si le sonreía a ella o las imágenes que contenían sus ojos; por eso permanecía quieta, callada y solo rompía el silencio de la casa con un profundo suspiro.
Pasado un tiempo, desde su cama miró hacia la biblioteca y vio a Blue que con el hocico estaba sacando los libros de los estantes, ella se acercó vencida por el cansancio; lo acarició, acomodó los libros y giró para mirar a Polo. Este dormía como profundamente con el cuerpo pegado a la estufa a leña.
De entre los libros viejos que ella coleccionaba, cayó un Jazmín que perfumó toda la habitación. Malena cerró los ojos y recordó el pacto donde el jazmín estuvo presente, parecía mentira; pero ese aroma abría la puerta aun recuerdo, (una nueva imagen apareció) evocaba su época de estudiante hubiera ingerido una infusión mágica. Se sintió mejor, desayunó y se dijo a si misma; en voz alta, que no se podía organizar una casa, una vida, con un caballo y un perro adentro.
Levantó la persiana y comenzó a separar las hojas amarillentas de lo que era o había sido una carpeta. (Apoyada en la mesa olía y deslizaba sus manos sobre las hojas) fijó sus ojos en el almanaque como quién mira el horizonte desde la orilla del mar y se pierde en un ensueño. Así se instaló en una esfera luminosa y lejana; donde nadie pudiera encontrarla; un lugar a donde ni su propia sombra pudiera seguirlas.
(Ignoró el tiempo que transcurrió) Se que en un momento la despertó un ruido en la calle y sobresaltada abrió la ventana y un viento helado golpeo su rostro y escuchó el crujir de los ejes de un carro y el crash…, crash… de las patas de un animal en la calle escarchada. Desesperada salió a la calle y vio como partían sus cómplices;… despacito marchaban calle abajo, tuvo la intención de llamarlos, pero solo atinó a cubrirse y secar sus lágrimas, apretando sus labios dijo: Blue, Polo, mis cómplices, mis amores, nunca voy a saber si fuimos prisioneros o fugitivos de un cuento. Entro en la casa, salió al parque, fue al arroyo todo estaba congelado como en una fotografía se congela el tiempo. Dentro de la casa quedó un manuscrito sobre la mesa.
Aquí termina ese relato que Malena me contó con alegría. Después de un tiempo me marche del pueblo; pero por período nos carteamos y nos llamábamos por teléfono, hasta que no supe más de ella, quizás aun continúe cazando imágenes o esté prisionera o fugitiva en un cuento.
Autora: Lareana
Derechos Resevados
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